7 de octubre de 2008

La oscura realidad

La primera sensación es de frío. Unos calambres helados recorren toda su espina dorsal irradiándose por las extremidades, hasta concentrarse en sus dedos y la nuca.

En el primer segundo, duda de si sus ojos están abiertos, pero cuando parpadea el resultado es el mismo. Oscuridad.

Poco a poco, y a pesar que entre las nieblas de la conmoción el instinto animal clama por abandonarse al pánico, su mente toma el control de su cuerpo.
"¿Cómo he llegado aquí?"


Su oído medio le informa que esta boca abajo y tendido en el suelo. Este es duro e irregular.

"Estoy tendido en un suelo de piedra".

Los músculos de la espalda dan señales de haber permanecido muchas horas en tensión. Al intentar moverlos, descubre que le han atado los brazos junto con las piernas.

"Como a un ternero en un rodeo, pero amarrado por detrás".

Forcejea con los brazos para zafarse.

"Es inútil. Por mucho que intente soltarme, los nudos son fuertes".

Cuando levanta la cabeza hacía arriba, su nuca explota en una nube de dolor que lanza rayos enfrente de su mirada como si alguien hubiera encendido miles de flash fotográficos, pero el lugar sigue a oscuras. Tiene un chichón en la base del cráneo.

Su boca esta obstruida con una bola de algo con sabor a lavanda. Es una tela  lavada con suavizante. Esta sujeta con una cinta adhesiva que le cubre los labios.

Antes que sus recuerdos afloren, un ruido se abre paso por los pocos susurros que forman parte del ambiente.

Son pasos. Alguien esta andando sobre su cabeza, y al parecer baja por unas escaleras cercanas. Se acerca.

Un ruido de metal contra piedra. Una potente luz le ciega por completo unos instantes.

Hay unas figuras de pie ante la puerta. Son tres. Una de ellas, lleva un potente foco de mano iluminado la estancia. Esta en una cava o un sótano de una casa antigua. Parece una mazmorra.

-Disculpa las molestias. Si te comportas con calma te soltaré. Te advierto que si intentas algo, te dispararán sin dudarlo.

La voz es de un hombre de mediana edad. Pero no puede verlo bien a causa de la ceguera transitoria debida a su cautividad y al foco que apunta hacia su cara.

Mientras el hombre manipula las cuerdas, los recuerdos comienzan a fluir como un río.

Esa chica se había encarado mientras la apuntaba con la pistola, cuando estaba a punto de dispararle,el mundo estalló en millones de colores. Después la nada.

-Bien chico. Ahora nada de trucos, tienes las piernas libres. Pero con calma.

Algo le oprime las muñecas. Le ha puesto unas esposas.

-Te acabaré de liberar de la cuerda. Aunque ya notas las esposas, no hagas movimientos bruscos. O será lo ultimo que harás.

Lentamente, sus brazos notan el aumento de riego sanguíneo. El hormigueo doloroso es una agonía placentera.

-Esto no te va a gustar.

Un rápido movimiento arranca la cinta adhesiva. Apenas nota el dolor de los pelos arrancados. Pero sus labios sangran. Su lengua busca rápidamente el adorado líquido. El sabor ferroso apenas elimina las trazas de lavanda.

-Bien. Ahora te daremos de beber. Después, charlaremos amigablemente.

-La luz.

Su voz es un murmullo agudo, como si hablará una bisagra oxidada.

-¿Disculpa?

-La luz, por favor, no me enfoquéis a los ojos.

-Lo siento. Hasta que no sepamos lo que queremos no podemos arriesgarnos. De momento, la luz seguirá aquí.

Cuando el hombre hace el ademán de ponerle algo en la boca, el prisionero intenta morderle.

Un dolor explota en la boca del estomago. El hombre le ha golpeado.

Al caer de bruces, su captor le levanta la cabeza agarrándolo por los pelos, finalmente le pasa un pañuelo mojado por los labios.

-Así no vamos bien. Es mejor colaborar, no queremos hacerte más daño del necesario, pero de ti depende.

-Por que no habéis llamado a la policía. ¿Acaso tenéis algo que ocultar, los Tarrés?

-Creo que no eres consciente de lo que esta ocurriendo, Amadeo.

Esa voz fue un rayo que atravesó su cabeza.

-Mo... ¿Mónica?

Ante la puerta abierta había una silueta familiar.

-Bien, señor Burgués. Como le estaban informando, ahora toca charlar amigablemente.