26 de noviembre de 2007

La última copa

Todo parecía oscurecido por los años en aquel garito de mala muerte que un día fue un bar. Todo menos el parduzco matarratas que el camarero de la papada grasienta pretendía pasar por wisky. Los ojos enrojecidos de Lukas Quatrero observaban perdidos el reflejo de una bombilla de cuarenta watios en la superficie mate de aquel ridículo vaso. Jibas. Tras décadas negándose a beber nada que no fuera pura malta de al menos doce años, había acabado en aquel cuchitril pidiendo torpes imitaciones de marcas que antaño le parecían poca cosa. Jibas. Tan malo como el Notando, el Pardú o el Matalan que llenaban las estanterías de los pakis del barrio.

- Vaya acabándose la copa que vamos a cerrar.

"¿Sabrás tú lo que es una copa?", pensó mientras apuraba el vaso y rebuscaba sus últimas monedas entre las pelusillas del fondo de un bolsillo.

Lukas salió con paso indeciso al frío de la noche. De lejos parecía un anciano, ligeramente encorvado, meditando con cautela cada paso sin la seguridad de un bastón. A un metro de distancia el apestoso aliento a colilla y alcohol delataban el caminar de un borracho demasiado engreído para tambalearse. Lukas llamaba a aquel inútil engaño, dignidad. Lukas era un ímbécil.

Lo había sido siempre. Pero durante años fue un imbécil con éxito. Lo llamaban constantemente a fiestas y entregas de premios cuando era un fenómeno de las ondas. El Loko Lukas. La voz más cotizada de la radio nocturna. El paladín de los desvelados. El descubridor de talentos. El entrevistador más admirado. El locutor con el que se iban a la cama casi todos los hombres del país y con el que soñaban sus mujeres. El hijo de puta al que temían los políticos y rondaban todos los editores y productores. El imbécil que se jactó en directo de haberse cepillado, en una misma noche, a la amante del presidente del gobierno y a la mujer del director de su emisora. De hecho eran la misma mujer, pero eso ya daba igual. En veinticuatro horas se había encontrado de patitas en la calle y con una demanda penal por injurias a la que no pudo oponer mucha resistencia cuando Hacienda congeló sus cuentas tras una repentina y providencial inspección sorpresa.

Sólo pasó dos años en la cárcel pero al salir nadie le ofrecía trabajo. Su momento de gloria había pasado, sus enemigos eran mucho más poderosos y se habían quitado la careta, y sus excesos ya no hacían gracia a nadie. Un locutor borracho y en el punto de mira era un imán para las demandas que ningún empresario radiofónico quería en su equipo. Y cuando daba con una emisora llevada por aficionados que apenas habían oído hablar de él, sus salidas de tono y sus enfrentamientos con todo bicho viviente hacían que apenas durase una semana en antena. Aún así, había logrado sobrevivir unos cuantos años.

Algunas de las personas de las que se mofaba en los buenos tiempos habían resultado ser aún más tontos de lo que en su día pensaba de ellos. Ya fuera por una inexplicable admiración, porque realmente lo habían apreciado o simplemente por pena, le habían prestado ayuda algunos meses. Los despreciaba también por eso. Pero se fueron cansando. Ahora estaba solo y en unas horas estaría en la calle. Como un perro. Su casero se había hartado de excusas y no había encontrado ningún otro incauto que creyera sus patrañas y le fiara un par de meses de alquiler. Daba igual. Siempre había algún estúpido dispuesto a pagarle una ronda o darle unas monedas para beber un día más. Beber. Aunque fuera aquella bazofia. Lo suficiente para aguantar contento hasta que su cuerpo dejara de aferrarse estúpidamente a la vida, o algún parroquiano de la tasca tomara en serio sus insultos y le diese la paliza de muerte que durante toda su existencia había pedido a gritos.

Mientras se imaginaba agonizando en una acera con la cabeza abierta, se dio cuenta de que sus torpes pasos lo habían llevado hasta la vieja emisora de los Ferrugosa. Y parecía que la estaban rehabilitando. Allí había empezado de recadero cuando apenas era un chaval y allí se había puesto por primera vez delante de un micro. Probablemente fue allí donde empezó a convertirse en el pedazo de escoria que años más tarde tuvo la ciudad a sus pies. Sí. Sin duda aquel era el lugar perfecto para acabar de una vez por todas con lo que quedaba del Loko Lukas.

4 comentarios:

Juan Manuel dijo...

Has empezado muy fuerte tu colaboración, eh, Dalr??? Esto promete...
Pues nada, que seas muy bienvenido, que te echábamos de menos... Ahora sólo te falta convencer con tus buenos oficios a Norma para que encuentre algún ratito para contar algo...

dalr dijo...

Pa convencer a nadie de que escriba estoy yo... Qué argumento uso? Mi propio ejemplo? ;-P

Norma dijo...

Menudo dechado de virtudes este Lukas... seguro que lo nombran patrón de los periodistas, :)

Blackjoker dijo...

Brutal!!!Gurú,gurú!!! Así se empieza!BJ.