9 de noviembre de 2007

UN LIBRO, UNA CANCION, UN POEMA, UN BESO…


Aquella mañana Angel estaba solo en casa… Recordaba el incidente de días atrás, y el desagradable enfrentamiento de Pere con Alvaro. Lo único que aparentemente parecía haber cambiado desde entonces era la constatación del evidente distanciamiento entre ambos, algo que ninguno de los dos intentaba disimular lo más mínimo. Angel pensaba que seguramente era cuestión de tiempo que las cosas se normalizasen, si bien Pere no parecía dispuesto a reconocer públicamente sus errores.

Pensó en leer algo y se puso a buscar algún libro entre una pila de papeles que tenía en un rincón, y que aún tenía pendiente de colocar en algún lado. Eli le había prometido hacía unos días que le dejaría sitio en su armario, pero no había vuelto a decirle nada y a Angel le daba apuro insistir…

Revolviendo entre los libros, sus manos dieron con un pequeño ejemplar. Se trataba de una edición de bolsillo de “El cartero de Neruda”, de Skármeta. Se lo había regalado Yolanda por su cumpleaños, allá en Marzo, cuando aún vivían juntos en Travessera de Gràcia y, en contra de lo que era su costumbre, aún estaba ahí, sin abrir… Había hecho intención de leerlo en varias ocasiones, pero cada vez que lo intentaba, un aluvión de recuerdos de Yolanda, y de lo que había sido su vida en común aquellos tres años, le sobrevenía de repente, y le dejaba sumido en un maremágnum de sensaciones contradictorias y dolorosas, así que la única forma de superar el momento era volver a dejar el libro en su sitio sin abrirlo.

Recordó el día que habían ido juntos a ver la película que Sámano había realizado sobre la obra. El no parecía muy dispuesto, pero Yolanda insistió una y otra vez, hasta que al final accedió. Al salir del cine, tuvo que reconocer que le había encantado, y que, sin duda, valía la pena leer el libro. Y, una vez más, volvió a explicar a Yolanda su teoría al respecto: era mucho mejor ver primero la película y después leer el libro que hacerlo al revés. Es normal que una película no recoja todos los detalles del libro en que se basa, por lo que la lectura de la obra original, una vez vista la película, viene a enriquecer la experiencia de la misma, mientras que hacerlo a la inversa siempre produce la sensación de que hay cosas en la obra que no se reflejan en la película, que otras cosas no se han presentado en el cine como uno se las había imaginado al leer el libro… y todo esto suele producir una pequeña o gran decepción, según los casos.

Yolanda le dijo que sí, que vale, que ya conocía su teoría al respecto, porque se la había contado mil veces, y que estaba de acuerdo con ella, pero que éste no habría sido el caso, dado que la película reflejaba con una gran exactitud el contenido de la obra, y para que lo pudiese comprobar personalmente, le regaló el libro unos días más tarde, en su cumpleaños. Habían pasado seis meses desde entonces, y el libro seguía allí, sin abrir.

Angel tomó el libro y se sentó en el sofá. Comenzó a leer, siguió leyendo, y no lo dejó hasta el final, hasta concluir el epílogo.



Al acabar y cerrar el libro, Angel notó una cierta sensación de humedad en sus ojos… Se había emocionado. En el 73, año de la muerte de Neruda y del golpe militar de Chile, él era un niño aún, pero recordaba haber leído bastante sobre ello después, y, sobre todo, recordaba las conversaciones con su hermano, que le había contado muchas veces lo que sintió aquel 11 de Septiembre, cuando oyó por la radio el levantamiento de Pinochet contra Allende y el asalto al Palacio de la Moneda.

Guardó el libro y fue a buscar papel y un bolígrafo. Como generalmente le ocurría cuando se emocionaba con algo, sintió unas tremendas ganas de escribir. ¿De qué? Era igual; algo saldría. Total, la mayor parte de lo que escribía no se lo daba a leer a nadie. Necesitaba hacerlo para sí mismo, como un desahogo, como un arma de liberación de la angustia que sentía a veces.

Al coger las cuartillas, vio junto al equipo de música el disco “Bridge over troubled water”, de Simon y Garfunkel, que Eli había puesto la noche anterior a pesar de las protestas de Alvaro. Lo puso en el tocadiscos y se sentó en el sofá a escuchar.

Pensaba en Neruda, en el cartero, en la poesía… Neruda había sido siempre uno de sus poetas favoritos y Angel había escrito muchos versos –paráfrasis- inspirados en sus obras… Alguno de esos poemas se los había dedicado a Yolanda durante su relación. Tomaba un par de versos de Neruda, de Miguel Hernández, de Pablo Salinas o de otros, y sobre ellos iba tejiendo un poema. A Yolanda le encantaban, y más de una vez le había animado a participar en algún concurso de poesía, a lo que él siempre se había negado. No los escribía más que como una forma de exteriorizar sus emociones, y no creía que sus versos, por sí solos tuviesen valor alguno, si no se compartían con esas emociones que, en un momento concreto de su vida, los habían inspirado, y esas emociones difícilmente se podían compartir.

Comenzaba la segunda canción del disco, una magnífica versión de “El cóndor pasa” cuando Angel tuvo una repentina idea: ¿Sería capaz de “inventarse” unos versos sobre la canción que daba título al álbum? ¿Sobre ese puente y esas aguas turbulentas? Sí, una especie de paráfrasis… Bueno-pensó-, no debe ser muy “académico”, pero ¿a quién le importa? Se podrá llamar paráfrasis o no, pero no tengo que pedir permiso a nadie, así que allá va, ¡a ver qué sale!

Volvió a iniciar el disco y se puso a escribir. Con frecuencia tachaba palabras, versos, y volvía a escribir. No forzaba las rimas; las buscaba fáciles, que encajasen en el texto sin problemas, sin preocuparse por si le salían asonantes o consonantes. Tampoco le preocupaba la métrica. -No estoy escribiendo un soneto- pensaba.

Tuvo que volver a poner la canción varias veces antes de dar por acabado el breve poema. Lo leyó entero e hizo unas pequeñas correcciones, para concluir pensando que no le había quedado del todo mal.

Dejó que el disco acabase y al concluir la última canción “Song for the asking”, Angel se levantó para retirarlo cuando oyó la puerta y, al cabo de un momento, vio aparecer a Eli en la sala.

- ¡Hola, Angel! ¿Qué haces?
- ¡Hola, Eli! Aquí, ya ves, vagueando… ¿Por dónde andabas?
- Había quedado para desayunar con Alvaro en la cafetería de su trabajo, y, de paso, mirar un ordenador que había visto en una tienda de Beep, que hay al lado, que le había parecido muy bien de precio… Al final creo que lo comprará.

Mientras hablaba, Eli se había acercado a la mesa, sobre la cual Angel había dejado el papel con el poema. Eli lo miró, lo cogió y empezó a leer…

- ¿Qué es esto? ¿lo has escrito tú, no? – y siguió leyendo atentamente…

- Sí; no es nada… cuatro versos que me han venido a la cabeza mientras escuchaba el disco…

Eli acabó de leer y miró a Angel sin pretender disimular la emoción que le embargaba.
- Angel, es un poema precioso… ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una “paráfrasis” de una canción? Me parece algo fantástico… Me habías dicho alguna vez que te gustaba escribir, pero como nunca me has enseñado nada, ni por un momento podía pensar que eras capaz de escribir algo así. Angel: ¿cómo puedes escribir algo tan bonito? Y, por cierto, ¿en quién pensabas mientras lo escribías?
- Bueno, Eli; no pensaba en nadie en particular… Aunque a veces he escrito poemas dedicados a alguien, -a Yolanda le escribí algunos-, pero con frecuencia escribo poemas sin pensar en una persona concreta… Yo soy así de raro, ya ves…

- Angel, por favor, por favor, prométeme que me enseñarás alguno de esos poemas, Pero ahora, léeme éste, por favor… Quiero oírlo leído por ti. Por favor, por favor, por favor…

Angel sonrió.
- Pero si no vale gran cosa, Eli… Son cuatro versos que me ha inspirado la canción sin mayores pretensiones …

Eli insistió:
- Anda, Angel, por favor, léemelo.

Angel miró a Eli, tomó el papel de sus manos y comenzó a leer:


..."Like a bridge over troubled water,
I will lay me down"...
(Simon & Garfunkel)

Like a bridge over troubled water
I laid me down.


Como un puente,
como un viejo puente
de carcomida madera
o de oxidado metal
me tendí
para que tú pudieras
seguir caminando.

Probablemente
crují demasiado
bajo tus pasos.

Quizás
hubo momentos
en que temiste
no poder alcanzar
tambaleante
la otra orilla.

Pero llegaste
por fin

Y ahora,
no debes pararte.
Ahora te toca
seguir avanzando
sin mirar atrás.

Eso harás,
amor,
porque es
lo que debes hacer.



Dejarás atrás
la sombra
de mi vieja
y carcomida madera,
mi oxidada
estructura de metal;
y caminarás
enarbolando
la irresistible bandera
de tu sonrisa.

Y hasta es probable
que llegues a olvidar
este viejo puente
que un día crujió
bajo tus pies.

Y hasta
ocurrir pudiera
que hayas sido tú
la última en pasar.

Pero aunque
así fuera;
aunque el rugido
de las aguas
acabe pronto
conmigo,
siempre habrá
valido la pena
haber estado en pie
aquel día
en aquel lugar
para que tú
pudieras pasar.

Angel acabó de leer y miró a Eli, que, a duras penas, pudo reprimir un sollozo.

- Eli, por favor… que no es para tanto, mujer…
- No digas eso, Angel… Me parecen unos versos maravillosos. No sé cómo has podido escribir algo tan bello. Sí, me he emocionado, lo reconozco, y no me avergüenzo de ello en absoluto.

Eli se acercó a Angel, le abrazó y se estrechó contra él. Angel sintió el cuerpo de Eli apretado al suyo. Tras un instante de indecisión, la rodeó con sus brazos, y acercó su rostro a la mejilla de Eli para besarla. Eli giró la cabeza ligeramente, lo suficiente para que sus bocas se encontrasen y se fundiesen en un largo y apasionado beso.

Angel y Eli, juntos y abrazados, abandonaron el salón y caminaron hacia la escalera que conducía a las habitaciones.




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