26 de noviembre de 2007

UNA NOCHE EN LA RESIDENCIA





Eli fue colocando en la mesa las bandejas con la cena. Como siempre hacía, puso en primer lugar aquéllas que contenían una medicación específica, a fin de asegurarse de que los residentes la tomaban. Comprobó que, de los seis internos sentados en la mesa, tres estaban acompañados por familiares. Del resto, se aseguró de que el señor Felipe, tras analizar cuidadosamente el contenido, atacaba la sopa con presteza, y le dedicó un cariñoso gesto.

- “Vamos, señor Felipe, que yo sé que hoy le va a gustar la cena…”
- “Claro, Eli, tú haces trampa, porque ya te sabes el menú, ¿eh?” - dijo el anciano sonriendo.

Eli ajustó la servilleta alrededor del cuello de la señora Mariluz, sentada al lado del señor Felipe, y dirigiéndose a ella, preguntó:

- “Venga, Mariluz; a cenar… ¿Qué, tenemos hambre hoy?”

Antes de que Mariluz contestase, el señor Felipe intervino:

- “Huy, no veas; hoy ha comido muy bien. Y me ha prometido que de la cena, no iba a dejar ni las migas… ¿Verdad que sí, Mariluz? Lo que pasa es que está un poco triste, porque hoy no han venido sus hijos a verla… Ya le he dicho yo que hoy no podían venir, que estaban todos trabajando, pero que mañana, que es sábado, tendrá visitas por la mañana y por la tarde... No como otros…”

Junto a ellos, otro residente, el señor Andreu, se había quitado la servilleta y la ondeaba, brazo en alto mientras daba grandes voces.

Eli se acercó a él y le dijo en voz baja:

- “Tranquilo, Andreu, que en cuanto acabe de dar la cena a Mariluz, te ayudo con la tuya… Será un momento, que Mariluz acabará enseguida, ya verás”.

Mariluz comenzó a engullir las cucharadas de sopa que Eli le iba acercando a la boca, mientras su mirada iba de uno a otro de sus compañeros, y Eli le decía:

- “Muy bien, Mariluz. Así me gusta… Ya verás qué contentos se ponen mañana tus hijos cuando les diga que te lo has comido todo… A ver; dime, ¿cómo se llaman tus hijos? Todos los días me prometes que me los vas a presentar, pero luego te olvidas y no me lo cuentas… Venga, a ver… El mayor, ese que siempre viene solo, ¿cómo se llama?”

Mariluz carraspeó y en voz muy baja dijo:

- “Se llama… Mariano…”
- “Que no, Mariluz, que me quieres engañar… Que yo sé que Mariano es tu hermano; el mayor de todos… Pero tu hijo no se llama así… A ver, ayúdame. Se llama An-to-…”
- “…nio. Se llama Antonio” – siguió Mariluz.
- “Muy bien, Mariluz. Se llama Antonio…, y yo sé por qué se llama así, que me dijiste un día que tu padre se llamaba Antonio. ¿A que sí?”
La anciana sonrió y movió la cabeza arriba y abajo asintiendo.

Eli continuó hablando con Mariluz hasta que ésta terminó su cena. A continuación le quitó la servilleta y llevó la bandeja al carro. Cuando regresó a la mesa, le dio un beso en la mejilla mientras le decía:

- “Así me gusta, Mariluz. Has cenado muy bien. Ahora ya verás cómo Andreu también se lo va a comer todo…”

Con Andreu tuvo más dificultades. Cada cucharada que conseguía hacer llegar a su boca era un pequeño triunfo. El anciano no paraba de intentar deshacerse de la servilleta anudada a su cuello, y de rechazar una y otra vez las cucharadas que Eli acercaba a su boca.

Al ver su compañero Ricard que se acercaba, Eli le hizo un gesto para que se ocupase de la señora Trini que estaba en la mesa dando unas espectaculares cabezadas, con la bandeja de la cena aún intacta.

Por fin, algo más tarde que de costumbre, consiguieron que todos los residentes de la planta acabasen de cenar, y comenzaron a organizar el traslado a las habitaciones.

Habían pasado más de dos horas desde que llegó a la planta el carro con las cenas, cuando al fin, todos los ancianos habían sido acostados en sus camas.

Eli, que había pasado un buen rato en la habitación del señor Andreu, intentando ayudarle a conciliar el sueño, entró por fin en la Sala de Control, dispuesta a descansar un rato.

Ese día, por petición de Ricard, había llevado a la Residencia su cámara digital para enseñársela, y había hecho varias fotos de los ancianos.

Había sido realmente divertido cuando, tras hacer alguna foto, se la enseñaba al “modelo” en cuestión… Alguno le había llegado a preguntar:

- “Y ¿cómo has hecho para meterla ahí?

La cámara había circulado de mano en mano… Al lado de quienes apenas hacían caso al hecho de verse reflejados en el pequeño visor, otros se mostraban intrigados y le pedían otra foto, y otra…

A algunos les tuvo que prometer que haría unas copias en papel y las pondría en sus habitaciones, junto a las de sus hijos y nietos.

Mientras intentaba relajarse un rato en la Sala de Control, las estuvo mirando y, comprobó que aún no había descargado algunas que había tomado hacía días, en casa, con varios de sus compañeros y que hasta el momento no había visto en detalle.

Llegó a un primer plano que había tomado a Angel y en ese momento, vinieron de a su mente las imágenes de su reciente encuentro de una forma extraordinariamente viva.

Recordó haberse preguntado varias veces desde entonces una y otra vez qué pasaría entre ellos, sin que hasta el momento hubiese sido capaz de aventurar una respuesta. Sabía que, tanto para ella como para Angel había sido una experiencia extraordinariamente grata; que ambos habían disfrutado de aquellos momentos y estaba convencida de que, en caso de surgir una nueva oportunidad, no podrían evitar el deseo de repetirla.

Pero tampoco podía evitar un tremendo sentido de culpabilidad. Era consciente que su relación con Alvaro había quedado afectada, por mucho que intentase disimularlo.

Buscó en su bolso y encontró la copia del poema que llevaba consigo. Lo había leído mil veces y ya casi se lo sabía de memoria. Lo encontraba realmente hermoso; sin mayores pretensiones, y una vez más, se preguntaba cómo le había podido impresionar de tal manera; pero no lo podía evitar, y cada vez que lo leía volvía a emocionarse con aquellos sencillos versos.

A Eli le sacó de sus reflexiones la llamada de Ricard, que le llamaba desde una de las habitaciones. Un interno se había despertado y debía ir a ayudarle.

Eli se levantó rápidamente y se dirigió a la habitación del señor Andreu a ver si entre los dos conseguían calmarle, algo que les llevó un par de horas. Finalmente, el anciano se quedó dormido de puro agotamiento y, sin contar un par de llamadas más, la noche transcurrió sin mayores novedades.

Por fin, a las 8, llegó Anna, su relevo y, tras intercambiar algunas palabras con las novedades de rigor, Eli se cambió y salió de la residencia hacia casa.

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